sábado, 2 de noviembre de 2019

«La cultura del sectarismo: honor versus virtud».





«La cultura del sectarismo: honor versus virtud».
Cuando Miguel Gómez Cuesta, alias «Atanasio Noriega», recurre al argumento de autoridad en virtud del cual el honor, cuyo origen sitúa en la persona de Antonio García-Trevijano, es el valor que le legitima en su cargo de Directivo General, pretende rechazar el hecho de que la asamblea general de asociados del 21 de julio de 2018 fue quien le eligió mediante votación para ocupar dicho cargo.
Por su parte, Álvaro Bañón Pérez, alias «el Intelectualoide», se opone acertadamente al argumento de autoridad de su excompinche Miguel Gómez Cuesta, alias «Atanasio Noriega», al recordar que el resorte de la monarquía es el honor, y el de la república la virtud.
Sin embargo, al mismo tiempo, Álvaro Bañón Pérez, alias «el Intelectualoide», afirma que necesita a un «guardián de la esencia de la libertad política colectiva», es decir, un individuo que sea la reencarnación de Antonio García-Trevijano, y así calificaba a su excompinche Miguel Gómez Cuesta, alias «Atanasio Noriega» hasta hace apenas unas semanas, para igualmente rechazar el hecho de que es la asamblea general de asociados la que elige a los miembros de la Junta Directiva.
El egocentrismo es la seña de identidad de quienes practican la cultura del sectarismo. Así tenemos a Pedro M González, alias el «Pequeño Lenin Leguleyo», que considera al MCRC como un «movimiento revolucionario». Pero, ¡ojo!, no solo en su vida externa sino también en su vida interna, para justificar la existencia de una junta directiva al margen de la legalidad y sostenida exclusivamente por la ley de hierro de la oligarquía. A la par que esgrime argumentos que atentan contra los principios más elementales de la hermenéutica jurídica para salvar a su excompinche, Miguel Gómez Cuesta, alias «Atanasio Noriega», en el expediente de expulsión nº 1/2018 iniciado por José F. Papí, a la postre vicepresidente del MCRC por designación directa de Antonio García-Trevijano.
Y es que los sectarios utilizan un lenguaje diferente al que utilizan las personas decentes. El lenguaje sectario da cuerpo al discurso de la Gran Mentira que se está instaurando en el seno del MCRC, el cual sirve de coartada para satisfacer las ambiciones particulares aun a costa de la declaración de principios y valores del MCRC.
El discurso de la Gran Mentira que la propaganda del aparato del MCRC y de la Fundación Antonio García-Trevijano Forte pretenden instaurar se sintetiza en la idea de que el MCRC no debe regirse por la Ley Orgánica 1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de Asociación sino por la ley de hierro de la oligarquía, para lo cual parten de tres ideas: 1ª) que el MCRC no es un partido político sino una asociación cultural pre-política, obviando el hecho de que Antonio García-Trevijano calificó al MCRC de asociación política con objeto de hacer frente al hecho del separatismo catalán, y al margen de que el MCRC no está integrado por una comunidad científica sino por individuos a los que el análisis de los fenómenos políticos les supera; 2ª) la imposibilidad de que exista lo que ellos califican de «democracia interna», una mascarada para evitar que la junta directiva se someta a la legalidad vigente en todo momento; y 3ª) la existencia de una cláusula de intangibilidad en cuya virtud los Estatutos no pueden ser modificados porque, supuestamente, así lo estableció Antonio García-Trevijano, pese a que nunca confesó deseo alguno por convertirse en Licurgo, y por más que la fuerza de los hechos haya demostrado la ineficacia de las reglas estatutarias para mantener la unidad y el orden internos.
Según Montesquieu: «la experiencia muestra eternamente que todo hombre que tiene poder tiende a abusar de él; y continuará haciéndolo hasta que le pongan límites. ¡Quién lo diría, la virtud misma con necesidad de límites! Para que no sea posible abusar del poder es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder frene al poder».
Cuando el MCRC deje de creer en «guardianes de las esencias» y, en su lugar, empiece a creer en el conocimiento que proporciona la experiencia sensible, estableciendo unas reglas estatutarias adecuadas que obliguen a la junta directiva a publicar todas sus deliberaciones y sus actos, así como a consultar a la asamblea general de asociados sobre determinados aspectos de la vida asociativa que en vida de Antonio García-Trevijano sus seguidores confiaban a su exclusivo criterio, y, finalmente, para suprimir el cargo de Directivo General que en vida de Antonio García-Trevijano podría tener su importancia pero que en la actualidad produce una bicefalia, estará preparado para infundir espíritu republicano en el tercio laocrático de la sociedad y guiar a la Nación hacia la República Constitucional.